Ausencias 1

  Ahora que crucé el umbral que me aleja del recuerdo, ahora es cuando más te siento. Ahora que no me sobran palabras erizo mi piel con esfuerzo, ahora ni digo, ni vivo, ni muero. Ahora acuso tu ausencia en el alma y te miro brillar desde lejos, ahora, me duele el paso del tiempo. Ahora, papá y siempre, te quiero.

Nia Estévez Portillo. 

Reflexión

Capítulo 1 Dónde quedan las ausencias

Dónde quedan las ausencias que enfrentamos a lo largo de la vida es distinto para cada persona. Unas las llevan en el corazón, otras en la memoria, otras en la cartera, en forma de fotografía roída por el tiempo, con los bordes destrozados y descolorida, tomando matices del sepia. Mis ausencias importantes están recogidas en mis apellidos y en mi identidad. Ellos marcaron quién soy ahora, y no sólo a mí. Su paso por nuestras vidas nos define, ellos nos hicieron ser como somos, o nos acotaron algunos momentos concretos, nos hicieron andar en círculo, alrededor de su memoria, o quizá todo lo contrario. Quizá supimos seguir adelante sin mirar más que a los lados.
Cada cual lo gestiona como puede, lo contiene o lo deja fluir. Pero la cercanía de sus personalidades dejó su rastro en nosotros, y nos ayudaron a aprender mucho de las partes negativas, como añoramos o queremos imitar o que imiten su parte mejor.

De las ausencias no recordamos más que lo bueno, lo que nos dio calor. Porque, probablemente, no hubo nunca algo tan malo, tan amargo, como para que sea merecedor de ser recordado, y si lo hubo, el perdón está implícito en la propia ausencia, porque ¿Qué más da ya? Es bonito acurrucarse en los recuerdos que nos dejan los ojos mojados y el corazón calentito. Esa necesidad del calor del ausente, nos lleva a buscarlos en los momentos divertidos o amorosos, en las risas o en los abrazos, sin embargo, siempre pasamos rápido por esos momentos. Un recuerdo fugaz en un punto determinado, que acompaña una sonrisa, un encogimiento de hombros a modo de auto-abrazo y seguimos a lo que estábamos. Yo quiero detenerme en sus detalles. Quiero recordar su olor, su sonrisa, su calor, sus enfados, el sabor de un beso.
Quiero volver a escuchar su voz para describirla. Quiero que vuelvan en forma de letras, así me desangre en llanto mientras escribo, por la felicidad del recuerdo.

Mis principales faltas por orden de ausencia, y haciendo hincapié en cada uno de ellos, dejó una huella humana y animal imborrable, como la mano marcada en cemento que intenta quedar para siempre estática en el suelo de ese lugar elegido, y cada vez que pasemos por allí aparecerá en el recuerdo ese instante, el de hundirnos en la suavidad húmeda de la argamasa que nos ensucia las manos y nos alegra la vida. Así son ellos, una marca infinita, fruto de comparación continua, de sus gestos y su forma de querernos que, por otra parte, será siempre inigualable, dejando en otro lugar (que no en un mal lugar), al comparado.

Algunas veces los ausentes dejan abiertas heridas que no cerrarán jamás, otras, la brecha que formaron en vida se cura cuándo se van, pero el hueco que ocuparon en nosotros permanece, ingobernable. Devolviéndonos a ellos una y otra vez, por siempre. A las personas que los celan, que no quieren que hablemos de ellos, a esos que saben que los tenemos muy presentes a pesar del tiempo, y que quieren dominar nuestros sentimientos, a esas personas se les olvida que tienen la misma posición que nosotros. Porque todos tenemos ausencias que nos duelen, todos les echamos de menos y a todos nos gusta recordarlos y, sobre todo, compartirlo en voz alta.

Sus formas, antes físicas, se conforman ahora de tiempo en pasado, de gestos grabados en nuestro cerebro, en la parte en la que guardamos los recuerdos (hipocampo). Una biblioteca que nos registra el corazón, que acoge lo nuestro, lo que queremos que no se pierda, lo que se graba a hierro, inmutable con el paso del tiempo.
Eso que repetimos incansables, sin añadir detalles, siempre lo mismo, escuchando la réplica infinita de ” eso ya me lo has contado muchas veces “, y que bonito, sin embargo, que aun habiéndolo escuchado tantas y tantas y las que quedan, nos dejen terminar, y sonrían con nosotros, sabiendo como saben que nos gusta ese momento, y que jamás saldremos del bucle, que nos llevará a volver y a volver al recuerdo que nos hace sonreír. Habrá que agradecer entonces a los presentes, ese regalo, mejor que ninguno. Su infinita paciencia, como la nuestra, de acompañarnos en el recorrido y su interés cuándo preguntan por ellos, queriendo saber más y notando su calor.

Cierra los ojos para volver a verlos durante un instante, siente el roce en la piel. Respira profundo su olor y cuando vuelvas a abrir los ojos, seca tus lágrimas y espera al siguiente instante. Llegará como llega todas las veces, con un objeto, una persona, una canción, cuando menos te los esperas.

Comienza el viaje.

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