EL CRISTAL VERDE Capítulo 7

7

Un cuerpo masculino, desnudo, frío y agarrotado, reposaba sobre la mesa de autopsias del Hospital Universitario. Estaba sólo, acompañado únicamente por la etiqueta colgada de su pie que contenía su nombre. El resto de datos estaban reflejados en una carpeta sobre una mesa de metal, junto a instrumentos de trabajo que habían servido para abrirle, cortarle y mutilar un poco más el cuerpo sin vida de aquel trozo de carne con aspecto de monstruo. Tras la puerta de la sala, en el pasillo, el médico forense entregaba a un policía un trozo de papel metido en una bolsa transparente de pruebas.

—Estaba dentro de la boca del muerto. — Dijo entregándole la bolsa al policía con prisas, como si su contenido fuera contagioso y quisiera deshacerse de él lo más rápido posible.

—¿Qué pone? — Le daba vueltas a la bolsa, mirando desde todos los ángulos posibles lo que mostraba el trozo de papel, sin llegar a descifrar el contenido. Era una hoja cualquiera de cuartilla con cuadros, iguales que las que usan los escolares de cualquier parte del mundo. Eso aportaría poco a la hora de intentar resolver que había pasado con aquel hombre. — En fin, tendré que llevarlo al laboratorio a ver si encuentran algo que no sea la saliva del muerto. — Torció en gesto con desagrado. El cuerpo abierto de la sala de al lado no suscitaba ninguna compasión.

—Este es el informe de la autopsia. — El médico entregó un folio escrito por ambas caras. — Es el resumen, el original lo mandaré digital. Es por si quieres echarle un vistazo antes de llegar a la comisaría. El motivo de la muerte se confirma: Asfixia. Después de tanto tiempo en coma, el hombre no hubiera podido defenderse a menos que hubiera tenido poderes mentales, que no es el caso. Fue sencillo colocarle algo en la cara, una almohada seguramente, por las fibras, y dejarle tieso. No es un asesinato muy sofisticado, pero le dio el resultado que esperaba. — Una media sonrisa adornó su cara, pero la desechó rápido cuándo el policía le miró advirtiéndole que no eran amigos y que guardara las formas. No era un muerto ejemplar, pero era un muerto y a los muertos se les guardaba cierto respeto, por muy indeseable que hubiera sido en vida.

Cómo se había filtrado a la prensa el trozo de papel era un misterio como eran todas las filtraciones, el ser humano era incapaz de guardar un secreto mucho tiempo. Pero la filtración de la imagen con lo escrito en aquel papel, había traspasado todas las reglas morales.

Era un galimatías sin sentido, el garabato de un niño que no sabía escribir. Por muchas vueltas que le diera a aquel papel, el policía no encontraba una palabra o un dibujo, parecían una M y una A, pero no cuadraba con nada.

La taza de café casi le quemaba las manos. Isabel había insistido al camarero en que usara la leche templada, pero le había dado igual, no lo había probado todavía por miedo a dejarse la lengua pelada, pero humeaba amenazante.
La televisión de la cafetería estaba más alta de lo necesario, dado que apenas había clientes dentro. La mayoría estaba fuera, disfrutando de la terraza y del sol mañanero que calentaba menos que la taza que sujetaba Isabel.
La señorita de los informativos, vestía un moreno impropio de la estación en la que estaba, y tenía una voz cantarina que distraía de las noticias, a su parecer. Dejó de mirarla para atender a su café y buscar la valentía de probarlo después de soplar vagamente, cuando un nombre llamó su atención.

Antonio Merino Grueso, más conocido como “El Portugués” había sido asesinado mientras se recuperaba en el hospital. La policía había apuntado a Helena en un primer momento, al saber que ya estaba fuera del centro en el momento del asesinato, pero después de investigarlo y de tener una coartada indiscutible, con personas que mantenían haberla visto en otro lugar durante el asesinato, la habían descartado como la asesina del agresor de su hija.
La señorita morena de la televisión, se centró entonces en el trozo de papel y la imagen apareció en la pantalla, a todo lo largo y ancho del televisor. Isabel la memorizó, había algo en ella y no sabía que era. Sacó de su bolso un cuaderno pequeño de notas y replicó la imagen de la pantalla. Lo vio casi al instante. Giró su cuaderno y allí estaba.

Garabateó una fina línea con el bolígrafo rojo y apareció el número 276. Cogió el teléfono para llamar a la policía y explicarles que significaba aquel número, pero se frenó en seco. Helena llenó su retina.
Estaba segura de que el mundo preferiría a una madre vengadora que a un violador de niñas.
Volvió a guardar en el bolso su cuaderno, el bolígrafo y el teléfono. Sacó el dinero justo para pagar, se levantó y llamó al camarero.

— Aquí te dejo lo del desayuno.

Dejó la taza enfriándose sobre la mesa de la cafetería, justo al lado de su conciencia y de un ColaCao prácticamente vacío, y se marchó de la mano de su hija. Llegaba tarde al colegio.

FIN

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