EL ECO HUECO DE MANDAME ROLAND

EL ECO HUECO DE MANDAME ROLAND

Hemos oído muchas veces que estamos condenados a repetir la historia, aunque, a veces, esa historia se repita en forma de caricatura. Les pongo en situación. A finales del siglo XVIII (Revolución Francesa), Madame Roland grita desde un cadalso: “¡Oh, libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!” No se imaginaba esta señora el nuevo significado que tomarían esas palabras en la actualidad. Las comparaciones son odiosas, sobre todo si te toca salir mal parado, pero es que, a día de hoy, tenemos a un nuevo personaje que grita a la libertad, aunque de forma ligeramente diferente. Veamos esas diferencias.

La francesa fue una mujer escritora, pensadora y articulista, que dejó un legado intelectual por su formación en filosofía, historia y economía política. Se la puede considerar una representación de la coherencia y la dignidad. En el caso de la española, aparte de no conocerse con claridad (como casi todo lo que la rodea) su formación, su figura está más construida en redes y en medios, que en ideas propias. Donde la francesa fue un símbolo de la ilustración femenina, de la ética y la razón, la señora Ayuso, ni tiene ética ni lleva razón. Se limita, diría yo, a la simpleza del espectáculo bochornoso que da cada vez que la vemos dudar en un discurso, que se lía en la exposición de ideas durante una entrevista y, a gestos lamentables a compañeros, por no hablar de su clara tendencia frugívora. Isabel Díaz Ayuso es el ejemplo claro de la rentabilidad de la ignorancia, cuando se sube a un atril a gritar a pleno pulmón, a pesar de tener delante un micro, que no se puede decir nada en este país, mientras algunos cientos de personas, aclaman sin pensar en que, lo que dice es la antítesis de lo que sucede. ¡Ah, pensar!, en esa pobre víctima del sistema, que ocupa uno de los puestos más importantes del país. Pensar en sus contradicciones tanto en acciones como discursivos, cuando pide para el pueblo con la mano izquierda y privatiza con la derecha. Pensar en la simplificación de temas que afectan a la población a la que se dirige apelando a un sentido común que no existe en su caso, creando la Casa del Hombre o cargando con la cifra de 7.291 ancianos. Pensar, pensar, pensar… No le pidamos peras al olmo.

Volvamos a Madame Roland y proyectemos el uso de la palabra libertad, entendida como virtud racional y colectiva, y no como un eslogan publicitario de los bares madrileños o encuentros con los ex, aprovechándose de este concepto para sus políticas y la falta de lucidez.

Desde luego las comparaciones son odiosas. Me pregunto si las personas que les preparan los discursos habrán tenido la osadía de tomar como referencia a Madame Roland para crear su personaje, o simplemente se dio la casualidad. En cualquier caso, ¡qué paradoja!, y qué peligro la banalización de ideas y conceptos, y qué diferencia entre personajes que piensan y personajes que gritan.

Nia Estévez

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