#11 Un hueco entre las costillas

No puedo verlo, pero lo intuyo oscuro, como un barranco abisal submarino imposible de bucear por extraños ni por uno mismo.

He buscado fuera como llenar ese vacío de dentro y no consigo, sino un dolor intransigente, que me recuerda la inutilidad de mi búsqueda.
Alguna sorpresa ocasional provoca vibraciones sutiles en la periferia de las costillas. Me paro un momento a observarlas, por embelesarme en algo y me hago consciente del tiempo que tarda en desaparecer y del profundo desconsuelo que me deja en el paladar. Es tan efímero ese palpitar, que sabe a lo que huelen las rosas. Así lo disfruto, sabiendo como sé, del tiempo que dura la dicha.

Alguna vez me he preguntado si no será que no hay nada ahí dentro. Nunca he sentido ese palpitar intenso que me han contado los demás. A otros les provoca la dulzura de un niño, la ternura de una abuela, la pasión de los amantes ajenos; yo, sin embargo, paso por todo eso mecida en una brisa que no se detiene, esquivando obstáculos, abuelo y niños sin saber a dónde va. No noto movimiento ni dentro ni fuera.
Nacemos solos y a lo largo de la vida nos esforzamos en abatir esa soledad del primer momento, luchando contra ella y aceptando compañías poco deseadas (y deseables) con tal de encontrar a alguien tras la puerta.
Yo no quiero eso y eso ya es querer. Quizá, no estoy tan vacía. Podría poner luz en ese cuarto. Quizá, la luz debería ser la mía. A lo mejor debería abandonar los tú y centrarme en el yo. Puede que me convierta en luciérnaga en el mismo momento en que sea capaz de encontrarme a mí misma y en un baile coordinado ilumine mis rincones.

Me gusta esta idea que me ronda. Ahora mismo me apetece una copa de vino y sentarme en el sofá. Voy a esperarme mientras charlo conmigo.

Nia Estévez Portillo

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