EL CRISTAL VERDE Capítulo 4

EL CRISTAL VERDE

Su mano era siempre un recordatorio, una constante muestra, una foto fija de su desgracia, de su descontrol, de su ruina. Una cicatriz de rabia, que le dejaba ver, cada vez que la miraba, la enorme cueva, de una profundidad pintada de negro mate, que era la soledad en la que se encontraba. La rodeaba un secuencia de días vacíos, de gente sin alma, de cabezas extraviadas que no sabían de nada más que no fuera su propio presente, su propio extravío.
Ella quería parecerse a aquellas personas, pero solo a veces. Alejarse de la realidad. Aunque admitía para si misma, que no era siempre la mejor manera de escapar, porque allí a dónde huyera, le perseguía la ira y su cicatriz, con su quemazón insistente, que la obligaba a regresar a su dolor, a su locura impropia. Una impostura coherente, de la que no quedaba claro, ni para ella misma, si era o no real, si estaba o no, en otro lugar, en otro tiempo. Si realmente controlaba su mente, o era la mente quién controlaba su cuerpo, desde el mismo día en que ganó la razón, que la llevó hasta el encierro entre aquellas paredes.

Apenas recordaba el juicio, la sala o la gente que se acumuló allí dentro o fuera de las puertas del juzgado. El aleteo de las pancartas, la alentaban a no arrepentirse, a no mirar atrás. Pero, ¿qué era arrepentirse? Si era volver atrás y cambiar la forma de actuar, no sabía si eso hubiera sido posible. Se había defendido bajo ese precepto: la locura. Pero no tenía claro que hubiera podido actuar de otra manera. Había tenido tiempo de sobra para meditar sobre eso, y el caso es que, no quería haber obrado de otra forma.
«Ese hijo de puta se lo merecía», un mantra tan interiorizado que, en ocasiones, se encontraba a si misma repitiéndolo en su cabeza. Nunca como una justificación, sino como una afirmación grabada a fuego en su mano derecha. La misma mano que se convertía en la pescadilla que se muerde la cola, e iba del mantra a la mano y de la mano al mantra, en una espiral infinita, que, en ningún caso le devolvería la cordura, ni mucho menos a su hija.

El otoño soleado de ese año, le dejaba espacio para darle vueltas a la cabeza, sentada en el jardín. Su condena se acortaba, su culpa, no. Esa culpa no era a consecuencia del hombre, si no de la niña. Su niña, su vida, su muerte. El hombre muerto, la niña muerta y ella, viva pero muriendo de pena, en constante llanto por la  ausencia, por el tiempo robado, perdiendo los nervios, y quién sabe, si también la cabeza. Sus ratos en el jardín era largos, hasta que se quedaba fría y no quedaba más que volver dentro.

Ese día esperaba la visita de su abogado. Dada la evaluación para su puesta en libertad, la había llamado para verla y ponerla al día de las cuestiones pertinentes a su condena. No estaba nerviosa, era hastío. Aquel hombre serio, siempre bien vestido, le miraba profundizando en sus ojos sin llegar a ninguna parte, que no fuera a la que ella quería que llegara. No era listo, aunque se le daba bien su trabajo. Gracias a él, estaba en aquel lugar, comiendo bien y consumiendo las drogas  que iba necesitando.
Tampoco había que quejarse, las circunstancias fueron difíciles, incluso para el abogado más ducho en la materia. Le vio entrar sin su maletín, y hablar con un enfermero que le indicaba dónde se encontraba ella. Levantó la barbilla a modo de saludo y él le respondió de la misma manera, mientras caminaba hacia allí y se sentaba a su lado. Olía a recién afeitado y una ola de calor sexual le recorrió las ingles. Estaba harta del gordo, al que acudía para su desahogo, a parte de para las drogas. A veces necesitaba sentirse llena. 
Un rato después de una perorata a la que no había prestado atención, le interrumpió de malos modos. Hacía mucho que dejó la educación como un recurso allí dentro. Fue bien hablada en algún momento de su vida, ya no. No lo necesitaba.

—¿A qué coño has venido?

El abogado suspiró dejando caer sus hombros y dejando los subterfugios que de nada habían servido, y le dijo lo que en realidad había ido a decirle.

—Está vivo, Helena. Ha salido del coma.

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